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Iglesia de Los Domínicos,

Las Condes,

año 2024

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Margarita Y Esperanza Dittborn,

Las Condes,

año 1985

 No soy católica, soy agnóstica, pero tengo un recuerdo de la Iglesia de Los Domínicos que, si bien fue en un contexto triste, es bonito. 

 Reconozco que he entrado solo una vez, el año 2006, para la misa del funeral de mi abuela Marita. 

Retrocediendo:  me crié los primeros años de mi vida más para el cerro, cerca de San Carlos de Apoquindo, donde hoy efectivamente si visito digo “antes esto era puro campo”, lo cual me recuerda mi edad.

Vivíamos con mis padres, hermana, primos, tíos, tías, gatos y perros en un pasaje, al cual le decíamos “la parcela”. En nuestro diario vivir, estábamos  aislados del contexto político de la época (Dictadura). Tengo recuerdos felices; éramos muy chicos. 

Íbamos a Katilandia, a tomar helados al Almac, al pueblito de Los Domínicos y al campo de Los Benedictinos donde “tomábamos prestadas” bolsas de moras. Éramos niños. Estábamos tan enraizados, que en una ida a algún otro lugar de Stgo, mi hermana vio al cielo y dijo “mira mamá, acá hay una luna, igual que mi luna de la parcela”. 

Cuando yo nací, mi abuela era paisajista. Diseñaba jardines junto a arquitectos/as. Era seca y tenía su oficina también en la comuna. 

Iré más para atrás y remontarme a los años 40-50.

Mi abuela había vuelto de un viaje a París, donde aprendió sobre jardines y quería dedicarse a las plantas. 

Su padre le regaló un terrenito donde cultivarlas (la parcela). 

La abuela tenía, entre varios estilos de diseño, el de su casa, es más especial: una terraza de bloques de piedra y jardineras hechas de los mismos bloques. 

Para la elección de la disposición de plantas, ella agarraba  un puñado de semillas distintas pero adaptables a los mismos tipos de tierra entre sí y los tiraba pa arriba. Donde cayeran, ahí se plantaban. Y quedaban pequeñas selvas contenidas entre estas piedras. 

Luego el terreno fue su casa, y después se sumaron las casas  de sus hijos y nietos. 

 

Para el funeral, mi primo dijo algo muy lindo: la abuela cultivaba plantas y luego cultivó a su familia. 

Y así fue. 

Ahí crecimos un poco y, aunque nos trasladamos cada familia a distintos lugares, el recuerdo y arraigo con ese pedacito de tierra es fuerte, y muchos recuerdos nos hacen sentir pertenencias.

He vivido en muchas partes de Santiago y hace 4 años volví a la comuna. 

Y así como la vida y el amor por la historia me llevaron a militar en el Partido Radical de Chile, en el cual militaron mis antepasados y que es el partido más antiguo aún existente en Chile (161 años), una cosa se sumó con la otra y hoy acá decidí ser candidata a Concejal por Las Condes, porque he vuelto y quiero trabajar por la comuna; he vuelto a la misma comuna de la parcela, de mi abuela, mis tíos, mis primos, mis padres, de mi hermana y su luna. 

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